Luciana colgaba banderines en la plaza del barrio. El sol pegaba
fuerte iluminando los edificios rosas y azules resaltando las flores naranjas
en los canteros. Mientras alistábamos los preparativos, Pepiniyo el payaso observaba el espacio y lo recorría.
Vino de Rosario a Boulogne para dar el
show. Le preocupaba cómo hacer para enchufar un parlante y atraer al público.
En medio de los periplos por resolver las cuestiones eléctricas, una
niña de pelo largo lo reconoce:
- ¿Vos sos Pepiniyo? Mi hija dice que te vió en la costa –
preguntó la mamá un tímidamente
Él contesta que sí con una sonrisa y la invitó al show del que nos
ocupábamos que pudiera contar con todos lo necesario.
Entones llegó la colaboración de les vecines: eran las 14:40 y no
lográbamos resolver el tema de la música. El parlante portátil no funcionaba.
La zapatilla no era lo suficientemente larga para llegar de la biblioteca a la
plaza. La radio del auto de Pepiniyo tenía una batería limitada. Nos acercamos
a la casa de una vecina que no conocíamos y le preguntamos si nos prestaba su
electricidad para el show. Una chica joven de sonrisa amplia accedió. La música
arrancó y la plaza en donde ya se habían juntado algunas familias se empezó a
llenar. Nos pusimos los gorros de colores y empezamos a caminar “¡show de circo.
Arranca en 10 minutos!” Pepiniyo bailaba y los chicos miraban ansiosos. Algunos
sobre los juegos de la plaza y otros sentados lo más cerca posible del payaso.
El calor nos derretía. Cuarenta
personas llenaban la plaza. Los ojos de
todes fijos en el payaso: el circo había llegado al barrio.
Creemos que también ayudó el aviso dado momentos antes durante la
entrega de los nuevos fascículos coleccionables. Los recetarios estaban listos sobre
la mesa llena de zuquinis y limones. Abajo, las bolsas con harina, azúcar y
aceite. Sofía repasaba la lista de familias cuando comentó que algunos no
llegarían porque con las nuevas aperturas aprovecharon para festejar cumpleaños
pendientes. Fue entonces cuando llegó el momento de hacer unos mates seguido a una consigna de: “Acordémonos de sacar foto de las
entregas”. Llega la primera familia y el tiempo empezó a acelerarse: llegó la
familia Torres”
-
“¿Vienen
al show?” “¿Cómo le está yendo a Santi en el cole?” “¿Salió rica la torta?”
Una pila de preguntas salió. Instantáneas. Como poseídas por una
fuerte ansiedad por saber de ellos.
Desde la pandemia en 2020 solo nos reconectamos en estos lapsos mensuales.
-
“A los
Arpes hay que darle también el recetario de la Coconoria” “Llevalo con cuidado
que van dos huevos sueltos” “Mandale a un beso a Elena” “Lleva este libro para
Lolo”, “Nos vemos a en el show”.
Se terminaron las entregas. Era momento de arrimarnos a la plaza…
El sol dando calor y haciendo brillar una arena de relleno
por debajo del tobogán, las hamacas o el sube y baja. La presencia de cada
familia alrededor dio prueba de lo mucho que se añoraba volver a estar juntes.
Volver a presenciar ese compartir de vivencias, de diálogos, de actividades. Y
allí estuvimos a pura risa y aplauso con la magia del artista Pepiniyo que nos llevó de viaje al circo mientras
soplaba un globo para que una espada inflada le sacara una sonrisa a uno de los niños presentes. O
cuando desplegó la vuelta vertiginosa en su bicicleta de una rueda con uno de
los chicos sobre los hombros. Increíble como la adrenalina se mezcla con el
asombro como podría pasarnos con el equilibrista que a cada paso nos mantiene alertas
hasta llegar al final para emocionarnos y obligarnos a ponernos de pie con un
visceral aplauso.
La primavera es la época del año que parece despertar una
energía interna que dan ganas de todo. Así como sucede con el florecer de las
flores que aguardan pacientes por esta estación del año. El show de Pepiniyo
tuvo el propósito de reunirnos en el festejo de la llegada de la primavera y lo
cumplimos. Ver a les niñes atentes, despiertes y expectantes a lo que nuestro
artistas circense iba a realizar fue un estirón de labios de oreja a oreja que
nos hizo volver a reconectar.
Otras de las hazañas que Pepiniyo desplegó, fue un gran
salto acrobático, casi ornamental como aquellos que vemos por la tele realizar
a los nadadores al saltar de un trampolín a la pileta. Acá no se trató de un
salto al agua sino más bien de un carrera con impulso para luego saltar sobre
dos voluntarios del público presente que aguardaban parados en un extremo de la
plaza, agarrados de los hombros y Pepiniyo, con ese impulso, llegó a lanzarse
sobre ellos en una acrobacia final que para suerte de los hombros de los
voluntarios, terminó enseguida. Fue muy divertido para les niñes. Para nosotras
también, claro.
Otras de las cosas lindas, que despertó nuestra atención fue
ver como desde lejos, en el playón de estacionamiento, ahí donde se ubica el
mástil que flamea la bandera Argentina, había un grupo de chicos más
adolescentes, disfrutando y alentando con sus palmas el espectáculo del circo.
A juzgar por nuestra observación, parecía un grupo de adolescentes preparándose
para ir a jugar un partido de fútbol, ya que estaban todos uniformados con la
misma vestimenta. El hecho de que se hayan tomado un instante, antes de
emprender el viaje al partido, para también ser parte del festejo primaveral,
fue un lindo momento también. Algo que de modo tácito nos hizo sentir contentas de volver a reencontrarnos.